Por Víctor Fernández Correas, escritor. Firma invitada.
Vamos a hablar de un prostíbulo. ¿Qué? ¿Cómo se te queda el cuerpo? Un prostíbulo del siglo XVI, nada menos. Un prostíbulo que distaba a una legua, más o menos —o lo que es lo mismo, a unos cinco kilómetros—, del Monasterio de Yuste. Un prostíbulo que recibió el nombre por el que ahora se le conoce: la Casa de las Muñecas de Garganta la Olla.
Ahora, ¿por qué un prostíbulo allí? Porque en algo tenían que entretenerse los soldados a los que les cayó en “suerte” —siglo XVI, en un lugar apartado de todo y de todos. Un jolgorio, vamos— acompañar y proteger al emperador Carlos V durante su estancia en el Monasterio de Yuste. Que sólo duró dieciocho meses, desde febrero de 1557 hasta septiembre de 1558. A Dios gracias, seguro que te diría cualquiera de aquellos soldados.
Pues eso. 1556. Llegada del emperador Carlos V a La Vera tras un largo viaje que comenzó en Laredo a finales de septiembre de aquel mismo año; y establecimiento definitivo en febrero de 1557 en el palacio que ordenó construir junto al Monasterio de Yuste. Y con él, decenas de hombres a su servicio: desde cocineros hasta reposteros, pasando por maestros cerveceros y soldados. Bastantes soldados encargados de su protección.
De ahí la existencia de aquel prostíbulo. Aunque no fue el único, pues en Garganta la Olla hay constancia también de la existencia de otros dos más: uno en la calle Llana, y un tercero en la calle Molinero. Lugares que cumplían con un objetivo sin más: asegurar el esparcimiento y diversión de la soldadesca imperial —y no soldadesca— y, de esta manera, preservar la virtud y la honra de las veratas. Faltaría más. Aunque, como también se recoge en diversos documentos, no faltan los casos de soldados que dejaron más de uno y de dos recuerdos en la zona en forma de criaturas de un rubio que jamás se había visto por estos lares. Cosas de la globalización de la época.
Porque a las que se dedicaban al oficio, las llamadas mozas de fortuna, se las distinguía a distancia. No tanto por su manera de comportarse o la locuacidad a la hora de expresarse, sino por la vestimenta que estaban obligadas a llevar desde los tiempos de los Reyes Católicos, que decidieron regularizar un tanto el asunto. Más que una vestimenta, un distintivo consistente en unas enaguas de color pardo. De ahí la famosa expresión “irse de picos pardos” , más prosaica y menos ofensiva que “irse de putas”. Faltaría más.
La Casa de las Muñecas es un lugar lleno de curiosidades. Para empezar, su llamativo color añil que tanto llamaba la atención de los clientes; la figura de una mujer grabada en el granito de una de las jambas de su puerta, y que también se puede apreciar en la cerradura de la puerta; el pequeño ventanal que existía junto a la puerta, y que permitía al soldado que acudía subido en su caballo contemplar desde la calle a las meretrices; y su propia ubicación, en una esquina de la plaza del pueblo, cuando lo normal de estos establecimientos era encontrarlos en los arrabales de cualquier ciudad o pueblo.
La existencia de un ventanal junto a la puerta también tiene su miga: aseguraba la visión de las meretrices para determinar con cuál pasar un ratino. Así, una vez tomada la decisión, el cliente sólo tenía que llamar con el pomo y, tras serle franqueado el paso, entrar en la amplia caballeriza desde el zaguán de la casa, lugar donde dejaba al caballo para dedicarse a lo que le había llevado hasta allí. Pero Carlos V falleció en la noche del 20 al 21 de septiembre de 1558. Eso supuso la partida de la totalidad de su acompañamiento. Es decir: cocineros, pasteleros, maestros cerveceros, soldadesca…
¿Significa eso que la Casa de las Muñecas perdiera fama? Si bien la prosperidad de Garganta la Olla decayó, no ocurrió lo mismo con aquel lupanar, que se mantuvo durante un tiempo más al tratarse de una zona bastante transitada. Y eso se sabe gracias al testamento de la dueña de la propiedad, que registró su actividad en aquel documento al morir sin descendencia en 1614.
Según el testamento, la dueña legó a la Iglesia aquella propiedad y una huerta contigua, con la petición de numerosas misas durante un tiempo indefinido para la salvación de su alma. Y tanto que fue indefinido, pues se siguieron celebrando —ojo al dato, que decía el mítico García— hasta la década de los años cincuenta del pasado siglo.
Ahora, eso de heredar un prostíbulo, como a que a los clérigos les hizo tanta gracia como una patada en la entrepierna. ¿Qué hicieron con ella? Venderla con permiso episcopal —no era lugar para la residencia de unos santos varones, como es lógico— junto con una pequeña huerta y construir la actual Casa Parroquial, ubicada en la plaza mayor de Garganta la Olla, para lo que contaron con la ayuda de la ermita de San Martín. No obstante, mantuvieron la propiedad de la huerta contigua, aunque se ocuparon de cerrar su acceso desde la Casa de las Muñecas para habilitar otro desde la misma Casa Parroquial. Por cierto, y a modo de curiosidad, la huerta es usada todavía por el párroco de la iglesia que habita en la Casa Parroquial.